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sábado, 2 de abril de 2011

Quijote Gata Kalashnikov, texto crítico.





Maña extremeña.

Imagínense a Samuel Beckett, a los de Airbag y a Paco de la Zaranda en un puticlub de la A5. Pues esta propuesta, Quijote Gata Kalashnikov, los pone en la coctelera y los agita a ritmo de Porrina de Badajoz, en una maravillosa apuesta por el acento pacense y el ritmo del sur. La obra pone como excusa la trama de dos utópicos revolucionarios que entran en un puticlub para liberar a Rosa, una especie de Dulcinea a la que ambos aman. Una pieza con dos actores de camisa blanca y pantalón negro a lo Miguel Hernández. En medio de todo esto poca cosa: unas cortinas, telas, macetas, unos zapatos de tacón rojo y una mesa con dos sillas, que ya nos anuncian que algo muy teatral va a ocurrir.

Toda la primera parte de la pieza es un delirio escénico a dúo asimétrico, basado en la astracanada absurda. Un constante malabarismo vernáculo que por momentos parece más castúo que castellano, donde las más de las veces no se sabe qué es gesto y qué es palabra. Un soberbio ejercicio de arrancar al cuerpo una actuación visceral. Pero el divertimento se viene
abajo en la breve segunda parte, cuando hay que tomar las riendas de lo que se quiere contar.


En la segunda, los personajes cambian repentinamente y el giro dramatúrgico se le viene encima al espectador sin saber muy bien a qué viene el pavoroso drama. De repente el gag se transforma en texto y nos encontramos con un cambio de registro absolutamente inocuo e incomprensible, con la única finalidad de formalizar la historia. Una pena porque en sí, sin magnas pretensiones, la pieza es un juguete escénico en manos de dos pícaros, con transiciones muy bien resueltas gracias a Javier Alcántara que hilvana las escenas con sus suaves guitarras, y una disposición escénica que entrega todo el peso a los actores sin más artificio que el que crean los cuerpos.


Quijote Gata Kalashnikov es un lejano intento de actualizar al iluso Alonso Quijano y contemporizar con la risa del público. Pero el drama psicológico se vuelve intolerable y el manifiesto político pueril. En fin, una carcajada fallida.

                                                                                                                                     Jesús Álvarez








                                                                                                                                            
Fotografías de Raúl Orte