UN CONCIERTO DE CUMPLEAÑOS
Era asombroso que, en la esquina oscura del jardín, pasada la tela negra y la lamparilla, había en la sala tanto silencio. Porque toda la Antigua Tabacalera estaba llena de feria, gentes variadas, en lugares diversos, con músicas y actividades dispares, y barbacoas y banderines, pintadas por todas partes y mucho tráfico. He dicho sala. Gran sala de conciertos, diríase. Pues era un venerable monumento al trabajo y la explotación, a punto ya de perderse y de remodelarse. Un hangar de altos techos y algún resto de grúa, unos trapecios recogidos, unas paredes de bellísimos desconchones y un público absorto a unos sonidos delicadísimos, detallados, conversando en susurros sus timbres contrastados y proyectando unos inmensos espacios de desiertos y ciudades en niebla y países… y… cada cual con sus visiones y audiciones.
Wade al centro, al ordenador, en charla sonora con Luis Tabuenca, percutiendo. Después de varios intercambios y un abrazo, todo sonoro, el saxo de Artur Vidal. Recuerdo sus mágicos agudos dulces y larguísimos, expresivos. La concepción del concierto siguió así. El anfitrión y reciente cumplidor de años siguió en el centro, y sus amigos fueron pasando. Julio Camarena (guitarra preparada) le acompañó dando sonido a unas transparencias que Adam Lubroth proyectaba y hacía danzar, con pulso de cameraman de colores y siluetas.
Después de una pausa que animó y regaló, comiendo y bebiendo, Mari Cruz Planchuelo, bailando la música de Alessandra Rombolá, con sus flautas y losetas y cosillas, conchas, arenas… y de Wade, fue un goce de imaginación, flexibilidad y recursos expresivos. Hubo argumentos, articulaciones y alegría.
De cuando en cuando, ladraba el perro.
Y un último acto: uno a uno, cada uno un rato, fueron pasando, empezando por Ken Slaven, con su violín e instrumentos exóticos brasileños, con sabor, ritmo y presencia escénica. Todos los demás, se fueron añadiendo, en una final que tuvo alguna cima, un tutti, como no había habido en toda la tarde, y varios silencios, luego, a punto de convocar el fin y los aplausos, que no, pues eran seguidos por más conversación, “ha pasado un ángel”, se dice entonces, y otra vez… hasta el final. Me pareció, que en el numeroso público había en todo momento un gran bienestar. Circulaba.
Fernando Carbonell
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