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jueves, 22 de abril de 2010

Nueva sección: Textos Críticos

Inauguramos una nueva sección del blog de Masuno en Escena en la que contaremos con el punto de vista crítico-reflexivo de pensadores como Jesús Álvarez, quien nos regala para ésta ocasión un texto crítico sobre la performance de Jesús Barrancho, Evachín y Sergio Herrero, del pasado 14 de Abril.
Que lo disfrutéis.



Puro teatro.


Hay nociones que fundamentan el arte, dan profundidad y trascendencia, y en gran medida son las que nos alertan de la emergencia de pensar para recorrer la vida con dignidad y sobre todo nos hacen caer en la cuenta de cuestiones abismales. Entre ellas la pregunta por el tiempo, la muerte o la soledad, esto es, por el qué hago yo aquí.


La pieza de Jesús Barranco (con la ayuda de la poetisa Evachin y de Sergio Herrero) propone precisamente la reflexión platonista de la división de cuerpo y el alma a la luz del foco de la muerte, la volatilidad del cuerpo y el espacio de gozo, libertad y perennidad del alma. Barranco parece no seguir la máxima por la que al sol como a la muerte no se las puede mirar de frente, sino que va en su busca, ayudado por los haikus de moribundos monjes zen y por el orfismo de Platón. De primeras, el listón bien alto.




Desplegado en un tríptico con dos primeras partes teatrales y una última parateatral, basada en la improvisación actoral, Barranco nos propuso unas piezas que a pesar del tema no cobra altura, divertida, bien ejecutada y con un punto azaroso. Si bien las tres partes no se acaban de compactar entre ellas, el personalismo que les imprime Barranco lo hacen a él protagonista y creación en sí. Quizá sea efecto fumigante del paso por el teatro que hace imposible escapar de sus herramientas representacionales, creando “posactores”, esos nuevos intérpretes que queriendo escapar de él, huyendo hacia lo real, trabajan nuevos lenguajes con el mismo idioma. No hay verdad sino ideas abstractas. No se revela la muerte, sino que continuamente se la está diciendo. En mi opinión, únicamente se reveló cuando, ante la pregunta de por qué no hablar propiamente de la muerte de Jesús Barranco en lugar de la de personajes, el creador tembló, dudó y habló con la sinceridad de la incertidumbre y del fracaso. Hermosa y reveladora extensión donde explorar, o como decía Hölderlin, solo en los desiertos crecen las flores que salvan.




Habiendo pasado un buen rato con las ocurrencias barranquianas, encuentro en los aledaños a la pieza la palpitación que revela sus motivos y que ya de por sí la engrandece: la pregunta por la muerte, lucernario y determinación para la vida. Pero en definitiva, tengo la impresión de estar frente a ese tipo de obras que son carne de residencias, que justifican su esencia por materiales anejos a ellos que por lo que son en sí -especialistas que colaboran, conceptos abstractos, filósofos, ciudades-. Obras higiénicas, sutilmente distanciadas de quien la crea, en las que se presenta un juego al que solo juega el actante. Obras con un riesgo medido y que escudan en su procesualismo carencias estructurales.


Jesús Álvarez

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